martes, julio 29, 2008

EXCESO DE EQUIPAJE


Era un 26 de mayo cuando mi abuela Antonia posaba sus trece años en el puerto de Santander, arropada por su hermano y sus padres. Atrás quedaba su tierra natal, Cuba -la bien llamada Perla de las Antillas- registrada en la memoria, bella y cálida, encogida ante el futuro, para siempre ya una imagen de archivo. Venían cansados y hambrientos, y bajo el cielo encapotado buscaron cobijo y un lugar para comer. Encontraron una hospedería que también les daría cama en su primera noche española. Era un miércoles lluvioso cuando se instaló en la familia una tradición que –tantos años después- aún se mantiene intacta y con la ilusión del momento. Se trata de un acto sencillo que me recuerda quien soy y de donde vengo; que me lleva a la realidad de un mundo que no me permite olvidar que soy personaje de un cuento de hadas que casi nunca lleva a un final feliz.
Mientras esperaban la comida caliente, en un intento de calmar los estómagos rugientes, se dieron un atracón de cerezas, rojas, grandes, sabrosas. Desde entonces en mi casa se espera a que llegue la fecha para comer las primeras cerezas de la temporada, y -cada 26 de mayo- sin faltar a la cita, se buscan, se pagan sin importar el precio y se comen. Y vuelve el aroma de la calle mojada. Vuelve la morriña de la tierra abandonada. Vuelve el acogimiento de las gentes del lugar, la ilusión de un nuevo comienzo…Regresa la imagen familiar anclada en el puerto, con las maletas y baúles cargados con las pertenencias de una vida: un piano, las ropas, muebles y enseres, montones de libros, el equipaje que uno lleva arrastras y se niega a abandonar porque forma parte de la propia identidad.
Es una historia simple, lo que la hace especial es el haber sido transmitida por generaciones con la misma emoción de la primera vez y que, al menos por mi parte, llegará hasta mis hijos y los hijos de mis hijos. Me gusta recordar las ocasiones pasadas en que compartíamos tan sencillo acto, era algo familiar, mis padres y hermanos alrededor de una fuente hermosa de cerezas, las manos arrugadas de la yeya acariciándome el cabello para hacerme una trenza, el regazo amoroso de mi abuela cuando buscaba el calor de un abrazo. Sí, me gusta recordar aunque duela saber que ya no están aquí.
Y esto me lleva al año actual, en que no faltaron las cerezas en mi mesa ni el destino uniendo un momento tan especial a la pérdida de Rosario, entrañable persona y cálida como pocas, amable y cariñosa, siempre con la sonrisa en el rostro (incluso cuando era consciente de las peores consecuencias de una enfermedad cruel y viva, que finalmente la ha arrancado de la vida a temprana edad). Aquí queda su equipaje: un marido desolado, dos hijos pequeños que no entienden, muchos amigos y conocidos que al conocer la noticia habrán exclamado: ¡No, no puede ser! ¿Charo?, pero… si no parecía estar tan mal, si era joven, si esto, si lo otro.
Da igual, el cáncer se la ha llevado como a tantos otros que nos dejan su huella, que los tratas y los quieres, que conoces, que saludas, que son algo de alguien tuyo, que no sabes quienes narices son, pero se van y son algo importante para alguien. Y de repente no están. Así de simple, así de duro, así de real… como la vida misma, y también como la muerte.
Me pongo a pensar en todo esto del equipaje, de tanto objeto material que uno va atesorando y se resiste a dejar marchar; estos objetos que son mi vida, mis recuerdos, -son yo-, me digo. Y razón tampoco me falta, porque lo que uno es se compone de lo que posee y arrastra consigo mismo. Pero también soy lo que siento; soy la alegría de esa amistad que se forja y crece, y que me da seguridad; soy la suavidad de una caricia; soy el respeto hacia el que me mira de frente; soy la paz de un niño durmiendo; soy el amor por el que camina a mi lado; soy la sonrisa plácida de un sueño cumplido; soy el rostro contraído por el llanto; soy la pena del destierro; soy el grito desconsolado del hambre; soy el duelo por la muerte de quién amo. Soy tú cuando lloras, cuando ríes, cuando hablas, cuando duermes, cuando sueñas, soy tú en el camino y en la lucha, soy tú porque me importas.
Y nada de esto me parece un exceso de equipaje porque no me pesa, no me importa llorarte si recuerdo, ni añorarte con el tiempo, ni amarte en la distancia. Son mis sentimientos, son yo misma, lo que soy y lo que siento.